El lobo, en la noche íngrima del
bosque, ausculta hambriento con su belfo ennegrecido, escarcea el olor de la
presa, llora la caza que se derrama como linfa, agua de una carne roja cuya
presencia le es esquiva.
El lobo, solitario en su boca de
robles y de zarzamoras, hurga el ulular del búho invisible, el gruñido bascoso
del jabalí, el plañido de urracas, grajos y cornejas.
(Bisssss…)
El lobo tiene hambre siempre.
Pasan tantas noches y el lobo pasa
tanta hambre que ya no sabe el camino de vuelta, ni el nombre del hombre, ni la
manera en que fue traicionado.
Una cierta hora, de noche tal vez, el
lobo ha conseguido comer. Probó la carne de un cordero extraviado. Y, ahora, el
lobo que tiene hambre busca la grey apetitosa, columbra la landa y se atreve a
salir del bosque. Es de noche, la luna hiende la tierra y muestra la vereda,
casi parece señalar al rebaño que duerme entre balidos, suenan malos augurios
en el viento. El lobo huele la lana mórbida, su perfume de sangre arrebujada, y
babea con sus colmillos terribles.
Más noches han de sucederse. El lobo
es ahora un depredador insaciable, el devorador de ovejas, carneros, vacas y
terneros. Su fama se extiende por las granjas de los hombres, por sus aldeas,
por sus castillos.
(Bissss, Bissss…)
Ahora que ya come cuanto se le antoja,
¿acaso ha dejado el lobo de tener hambre?
De noche, en el invierno que cubre de
fría nieve la tierra y las copas de los árboles, el lobo tiene hambre siempre.
( ¡Bisclaveret! )
¡Un rugido indefinible surca ahora el
ramaje del bosque insondable! ¡Ladridos de innumerables perros confunden los
animales salvajes! Huele a un hedor inconfundible; ¡los hombres corren por su
presa! ¡Quieren cazar al lobo!
Él desea que lo cacen, que den con él
y lo maten. Sería así, el hambre, al fin satisfecha. Pero el lobo corre, se
oculta hábilmente, engaña con inteligencia imposible al hombre que lo persigue inicuo.
En las celadas que urden, el lobo encela al celador, ¡no es un lobo corriente!,
comienza a correr el rumor de boca en boca. Los cazadores de las aldeas le
cogen miedo. El lobo sabe, el lobo sabe que matará al primer hombre que intente prenderlo.
¿Cuántas noches transcurren en este
delirio? ¿No se cansarán nunca los hombres de acechar sus pasos? ¿No tienen
hambre tal y como el lobo la sufre y la tiene?
¡Oh! ¡Qué hambre más funesta!
¡Dios quiera que ningún hombre se
ponga por delante! Porque el lobo lo devorará como ya hizo con carneros, con
toros y con otras bestias.
El lobo está cansado. Desconoce
cuántas noches le han dado cerco, pero sí comprende que su fin está próximo.
¡Mas morirá comiendo! ¡El lobo siempre
come, porque el lobo nunca deja de tener hambre!
Al fin, el momento del enfrentamiento
llega. Cinco dogos de prestancia y fuerza sin igual se le echan encima, lo
rodean, lo abaten… con su último aliento, el lobo se rebela y restalla los
dientes, muerde por doquier, hinca los colmillos hasta lancinar tendones y
robustos torsos. En horrísonos gemidos, la jauría destripada agoniza en
derredor.
El lobo, empapado en sangre, mira
fijamente al jinete que se acerca. Su montura porta jaez de plata y los colores
de su manta le traen algo a la memoria descompuesta… Sin saber por qué, aun
temiendo por su fin, se acerca humilde al caballero, mira con inteligencia al
rostro de un rey, y se postra humilde ante la cabalgadura… El rey baja del
caballo, dispuesto a rematar al monstruo, y, sin embargo, en un último momento,
se detiene sin conocer la razón… el lobo gime como un perrillo avergonzado,
aproxima su hocico a la mano armada del monarca, y lame su guantelete.
¡Bisclaveret!
¿Qué sueños son estos que afean los
años de merecida serenidad? ¿No podrá jamás librarse de la figura del marido
maldito? ¡Cómo anhela la dama no dormir ya nunca más, no soñar, no tener que
recordar como traicionó a su justo esposo, el más fiel entre los fieles
súbditos del rey más poderoso en estas islas!
Pero la dama sueña noche sí y noche
también con el lobo. Sueña que aparece allí mismo, en su alcoba, encaramado al
tálamo nupcial… y le devora la cara.
Su nuevo esposo, el caballero traidor,
bueno… ¡es un idiota! Ella quiere advertirle, pero él no la escucha, no, no
desea escuchar sus cuitas, tan solo busca escapar del castillo con sus secuaces
para irse de caza, celebrar fiestas, organizar campeonatos donde nobles
guerreros se baten en duelo.
Anda ahora el muy imbécil empecinado
(¡como un niño bobalicón!) en invitar al rey a su quinto aniversario de boda.
¡Como si se pudiera estar orgulloso de tamaña felonía! ¿Dónde están los hijos
que rubriquen tan fatídica alianza? La dama teme que la maldición haya manchado
su honra, y que esté yerma a causa de ésta. ¿Y qué hace mientras tanto su
esposo? ¿Acaso le alarma la falta de descendencia? No, anda despreocupadamente
de una punta a la otra de sus dominios en pos del orfebre, del juglar, de los
pajes y de los caballistas, ¡como un vulgar mercader! Todo para ganarse el
favor de un rey a quien la pompa le es reluctante. ¿Con quién se ha casado?,
¿con un insensato? La dama teme que la confianza en él depositada la conduzca
al cadalso.
En el día señalado, el rey visita el
castillo del otrora amado propietario. Con descarada intención de medro y de
progreso infame, el amo ilegítimo de estos lares lo recibe con guirnaldas en
todos los pórticos, pétalos que se arrojan y enseñas que se cuelgan de las
ventanas, vítores y aclamaciones desde las balconadas… El caballero usurpador se
prosterna ante el monarca como un zafio villano, y la dama guarda como puede
las apariencias. La cena de bienvenida se celebra en la torre del homenaje. Hay
trufas de Italia, frutas exóticas que saben como el agua de las flores, licores
del continente que azuzan los paladares; hay jabalíes, ciervos y pavos rellenos
de pasas procedentes de Siria.
Cuanto sirven en la mesa, el caballero
locuaz lo va describiendo con ínfulas impostadas, como si un monarca de tanta
valía no hubiera visto en su vida cosa parecida. La dama no sabe a dónde mirar,
se indigna, el agravio real es ya cosa hecha.
Esa noche, acostados los traidores en
su lecho, suena el aullido fatídico de los lobos. Un presentimiento inefable
ceba la alcoba. Por la mañana está previsto el comienzo de la cacería real. La
dama siente un hormigueo que le recorre la cara, despierta al caballero que
duerme feliz, le ruega con la voz desfigurada que no salga del castillo.
¿Estáis loca? ¿Queréis pues nuestra
ruina? ¡El rey come de mi mano! Mañana se hará mi voluntad, no se hable más,
¡harto me tenéis con vuestras zozobras de vieja!
No se hable más, todo está ya
decidido. La dama se acurruca en la cama y sueña con cosas monstruosas.
Al amanecer, los criados preparan al
marido para la jornada de caza; ella sigue acostada, no quiere ni mirarlo;
hasta pasado el mediodía no se levantará, y no querrá probar bocado por mucho
que insista su camarera, la más fiel entre sus damas, la que quizás todo lo
sepa.
Pasa el día de forma inquietante, como
un mural pintado de negro, y el caballero no aparece, ni el rey, ni noticia
alguna de la funesta cacería.
Siento como si hormigas recorrieran mi
rostro, le cuenta la dama a su más fiel sirvienta.
Dormid, mi señora. Nada ha de
sucederos. Yo misma velaré vuestros sueños.
A media noche, entre aullidos de lobos
y una luz de luna amarillenta, el lienzo de la cama se agita, prende en sueños
el cuerpo desnudo de la dama, se arrebuja contra su garganta… Angustiada, la
dama despierta de súbito. Por un momento, cree estar ya muerta; mira en
derredor: la noche es clara y macilenta, incluso digamos que siniestra. Tal vez
la fiebre recorra su cuerpo aterido y sudoriento, no sabe bien. A través del
lienzo opaco que se agita, vuelve a mirar por todo el recinto sobrecogido:
¿dónde está su camarera? La llama, mas nadie responde.
Está sola.
Está sola.
Un raspeo empieza a oírse no se sabe
bien de dónde. Es… el sonido de garras animales que arañan… la puerta de la
habitación, sí, el sonido es ahora perfectamente reconocible. Gime un perro al
otro lado de la puerta. La dama siente que el corazón se le ha de salir del
pecho.
No puede sino comprender claramente que
está perdida.
Y entonces habla.
Fuimos tres hermanos en mi familia.
Dos varones y una niña. Mis hermanos fueron enseñados en el arte de la guerra y
de la poesía (la cual, cuando infantes detestaban), a mí me enseñaron a coser y
a amar a mis padres. Dios Padre nos ha puesto a todos en su sitio
correspondiente. Mas, yo, enfadada con esa infausta disposición, despertaba por
las noches y leía, aprendía lo que es el amor de un caballero, y lo que es
luchar por el mismo Dios contra el pagano. Lo que es la justicia, el honor y lo que significa la
deshonra de ser una hembra.
Entendí que no estaba preparada para
mí ninguna hazaña venidera, solo consolar a mis padres cuando ancianos, y
honrar a mi futuro esposo. No digo, no, no puedo decir, que no fuera amada por
mis progenitores, todo lo contrario, fui querida y todo lo posible se me dio,
besos y caricias paternales nunca me faltaron, no he de quejarme
contra natura.
Sin embargo, en mis pocos años de
soltería, sabiendo bien a las claras para qué se me preparaba, tal vez también
aguijoneada con el acíbar de mieles tan tempranas, no podía soportar la idea de
crecer, de dejar aquella casa fiel, de perder lo único que era mío.
Mas el momento de partir llegó
ineluctable, y yo fui descasada, para honra de mi linaje. Vos, señor y esposo
mío, fuisteis mi dueño. ¿Cómo explicar cuán doloroso fue todo aquello para mí?
Oh, mi amado esposo, vuestro amor y vuestro gesto, vuestras manos poderosas,
vuestra barba y vuestro torso, me eran dolorosos y anhelados cada noche.
Y aquello era, para mí, peor que ser
presa de salvajes o de daneses, peor que caer en manos de infieles sedientos de
carne, peor que ser repudiada de los míos, de mis padres y de mis hermanos,
porque yo nunca podré ser como ellos, y me gustaba lo que era. Esto es (¡cuánto
me duele aún reconocerlo!), vuestra mujer, anhelante con cada marcha, servil y
postrada ante vuestro semblante… Un frío témpano en mi interior quemaba mi alma
y no me permitía aceptar los designios de Dios Nuestro Señor.
Descubrí entonces vuestro secreto,
reconozco que fue una liberación. ¿No lo comprendéis? ¡Estáis maldito! Dios no
puede estar de acuerdo con vuestra desviación. Sois obra del Otro. ¿Lo
entendéis ahora? Yo no estaba condenada a esta vida de amor subyugador. Había
un resquicio, una salvación para tanto dolor.
Así que lo hice. Os traicioné, con el
beneplácito de Nuestro Señor. Si me equivoqué, si erré por soberbia, si acaso
yo no era quién para decidir tales juicios, ¿por qué puso Dios mismo aquellos
libros en mis manos? ¿Fue el conocimiento de estos, el fruto del árbol del
pecado? ¿Pequé yo misma por no comprender cuál era mi lugar?
Quede todo en mano de Dios entonces,
yo misma abriré esta puerta. Y vos quedaréis en disposición de hacer conmigo
cuanto creáis justo y necesario. Pues si Dios puso el conocimiento cerca de los
ojos de esta mujer, también os habrá puesto a vos detrás de esta puerta.
Decidme entonces: ¿cuándo obró bien, y cuándo mal? ¿Es, acaso, posible en Dios
tal desencuentro?
······································································································
Yo, Lady ···, camarera primera de Lady
···, confieso, ante Dios Nuestro Señor y ante Nuestro Rey, ejecutor del
designio del Padre sobre estas benditas tierras, que cuanto digo en estas
cartas es cierto, y que yo lo vi, y por tanto es verdad. Que yo, Lady ···, hija
de Milord ··· y de Lady ···, de sangre noble, mas por deudas adquiridas por mi
padre, deudas más de honor que de otras naturalezas, camarera de primer rango
de Lady ···, fui obediente y obré conforme a cuanto se le ha de exigir a una
dama de compañía leal, y hube de guardar aquellas prendas, en un lugar
escondido, se me dijo, y luego hube de guardar silencio bajo solemne promesa.
He de decir también que fui prometida a Sir ···, caballero de esta corte, segundo
de Lord Bisclaveret, y que tal alianza no se hubo de llevar a cabo, mas que
casó en segundas nupcias con mi señora, Lady ···, casáronse pues ambos en
pecado mortal, pues yo sabía que ambos pecaban, al estar mi verdadero señor
vivo, perdido, sí, pero vivo en lo más profundo del bosque, mi Lord
Bisclaveret, verdadero y único esposo de mi señora, Lady ···. Y, siendo yo en
semejante alcurnia a ella, estando en posesión de la verdad de cuanto habré
visto, presentáronse en este castillo donde yo servía mi Rey y sus nobles
caballeros, y con él un lobo que le era fiel como ningún otro animal podrá
serlo, y siendo yo conocedora de esta verdad, aún por fidelidad solemne para
con mi dama, yo no dijera nada, y guardara silencio, y ocultara todo lo
ocurrido, mas antes de comenzar la cacería, quiso Dios poner a aquel lobo
frente al caballero que usurpara su legítimo puesto y condominio en estos
lares, y así fue que el lobo, nobilísimo y manso en otras ocasiones, lo atacó y
lo dejó malherido, y fuera el mismo Rey a matarlo de su propia mano, mas yo
intercediera por el animal, y no me quedara más remedio que revelar toda la
verdad.
Accedí entonces a guardar otra vez
silencio, a no contarle nada a mi señora, a dejarla sola por la noche, para que
mi señor Bisclaveret obrara contra ella de acuerdo a justicia, y así que fue,
para que posteriormente le fueran depositadas sus ropas en aquella alcoba
mancillada, y él pudiera volver finalmente a su natural forma. Y así nuestro
señor, noble entre los nobles, amante de su rey, pudo servir nuevamente a Éste
con todos sus poderes recobrados.
Quede por decir, y hete aquí la
verdadera naturaleza de estas cartas, que yo subscribo a fe de mi señor
Bisclaveret, que nunca Lady ··· perdió como atroz castigo a sus faltas su nariz
ni otras partes de su cuerpo, sino que fue arrojada de estos dominios y vuelta
con sus padres, para deshonra de su linaje, y que dicen que tuvo hijos con el
caballero traidor, mas no mi señor Bisclaveret, quien nunca renegó de su
natural esposa, y quedó sin descendencia.
Y es cierto que los hijos de los
traidores nacieron sanos. Mas con la marca del infortunio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario