Tránsito. Transido. Quiere decir
trasunto, fuego empedernido en su sitio, trei, raíz indo-europea que alude al
tres, por ser tres el cruce doloroso, la crux del treipak, el tripalium romano
en donde se tortura a los reos, tres postes urdidos para aferrarnos a la vida
dolorosa; no en vano de este vocablo proviene el denostado término 'trabajo'.
Pues estoy a estas horas en pleno
tránsito, en vuelo a Canarias, transido de malas intenciones, con un libro de
cabecera que pienso releer en cuanto se acabe: La hoguera del capital, de Vicente Verdú. ¿Que por qué no leo lo
suficiente? ¿Por qué no me acabo las novelas? Será porque cada década tiene su
código o su trámite con la realidad. A los veinte me empapaba de poesía, a los
treinta (circa) de novela, llegando a los cuarenta, parece que me está dando
por el género ensayístico. Lo veo lógico; vivimos tiempos confusos, y uno busca
denominaciones, sintagmas que colijan sus semas, darle, en fin, un poco de
sentido a este sin Dios y a este sin Marx que nos asola y nos ciega.
Transido entonces planeo por
España. Su vientre estragado y su tierra quemada. Como no podía ser de otra
forma, el embarque y la salida se han retrasado tres horas y media, tiempo más
que suficiente para darme una vuelta por el parque temático del duty free y
para hacer parada cardiorespiratoria en Relay, revistas de interior y Los juegos del hambre, premios Planeta,
Alfaguara y lo que haga falta, Cinemanía y Fotogramas versión de bolsillo
ridícula. Pero me he encariñado de este Vicente Verdú, de sus referencias al
amor reciclado en un mundo trashumano, una hoguera hipertrofiada de un
capitalismo sin rival, que es lo mismo que decir de un capitalismo derrotado
por ser fiel a sí mismo.
Las cosas que dice Verdú en este
ensayo son las cosas que yo digo; pero bien dichas. Te ofrece una panoplia de
síntomas irrecusables, y tú asientes. Me ha encantado que hable del cómic The
Walking Dead, de su serie homónima, de True Blood, de American Horror Story (no
por la calidad narrativa de ambas, sino por ser abanderadas de su tiempo), de
Noam Chomsky, de millones de referencias compartidas, del hecho de intentar
sobrevivir en un mundo de zombis, de chupasangres, de fantasmas… sencilla
analogía en tiempos de grandes crisis. ¿Queremos ver series acerca de
asistencia sanitaria o de policías que resuelven crímenes con los tiempos que
corren? Ciertamente, los gustos están cambiando, y no es pura coincidencia. Lo
dicho, vagamos en tránsito, pero no sabemos a dónde. Y el señor Verdú tampoco
lo sabe, por mucho que se empeñe en convencernos (capítulos finales, su talón
de Aquiles) de que nosotros mismos arreglaremos el sistema, transitaremos a
lugares mejores. No sé yo. Él insiste en que los malos no existen, solo el
sistema y su hipertrofia. Yo no puedo estar de acuerdo. Hay mucho vampiro por
ahí que no piensa permitir que el mundo sea un lugar mejor donde pasar las
vacaciones.
Qué más podemos decir. MJ me ha
regalado la Utopía de Tomás Moro.
Puestos a elucubrar mundos mejores, es preferible acudir a los clásicos; son
más creíbles. Dentro de unos días comenzaré a leérmelo. Por ahora, Semana Santa
entrante, y siempre y cuando la suerte me acompañe, yo viajo en un monstruoso Air Bus a las Islas Canarias
acompañado de mi amada hermana, de la verborrea martilleante de su marido y de
una cabezona borrasca que echará –una vez más– mis planes por tierra.