miércoles, 11 de abril de 2012

Tránsito


Tránsito. Transido. Quiere decir trasunto, fuego empedernido en su sitio, trei, raíz indo-europea que alude al tres, por ser tres el cruce doloroso, la crux del treipak, el tripalium romano en donde se tortura a los reos, tres postes urdidos para aferrarnos a la vida dolorosa; no en vano de este vocablo proviene el denostado término 'trabajo'.


Pues estoy a estas horas en pleno tránsito, en vuelo a Canarias, transido de malas intenciones, con un libro de cabecera que pienso releer en cuanto se acabe: La hoguera del capital, de Vicente Verdú. ¿Que por qué no leo lo suficiente? ¿Por qué no me acabo las novelas? Será porque cada década tiene su código o su trámite con la realidad. A los veinte me empapaba de poesía, a los treinta (circa) de novela, llegando a los cuarenta, parece que me está dando por el género ensayístico. Lo veo lógico; vivimos tiempos confusos, y uno busca denominaciones, sintagmas que colijan sus semas, darle, en fin, un poco de sentido a este sin Dios y a este sin Marx que nos asola y nos ciega.


Transido entonces planeo por España. Su vientre estragado y su tierra quemada. Como no podía ser de otra forma, el embarque y la salida se han retrasado tres horas y media, tiempo más que suficiente para darme una vuelta por el parque temático del duty free y para hacer parada cardiorespiratoria en Relay, revistas de interior y Los juegos del hambre, premios Planeta, Alfaguara y lo que haga falta, Cinemanía y Fotogramas versión de bolsillo ridícula. Pero me he encariñado de este Vicente Verdú, de sus referencias al amor reciclado en un mundo trashumano, una hoguera hipertrofiada de un capitalismo sin rival, que es lo mismo que decir de un capitalismo derrotado por ser fiel a sí mismo.


Las cosas que dice Verdú en este ensayo son las cosas que yo digo; pero bien dichas. Te ofrece una panoplia de síntomas irrecusables, y tú asientes. Me ha encantado que hable del cómic The Walking Dead, de su serie homónima, de True Blood, de American Horror Story (no por la calidad narrativa de ambas, sino por ser abanderadas de su tiempo), de Noam Chomsky, de millones de referencias compartidas, del hecho de intentar sobrevivir en un mundo de zombis, de chupasangres, de fantasmas… sencilla analogía en tiempos de grandes crisis. ¿Queremos ver series acerca de asistencia sanitaria o de policías que resuelven crímenes con los tiempos que corren? Ciertamente, los gustos están cambiando, y no es pura coincidencia. Lo dicho, vagamos en tránsito, pero no sabemos a dónde. Y el señor Verdú tampoco lo sabe, por mucho que se empeñe en convencernos (capítulos finales, su talón de Aquiles) de que nosotros mismos arreglaremos el sistema, transitaremos a lugares mejores. No sé yo. Él insiste en que los malos no existen, solo el sistema y su hipertrofia. Yo no puedo estar de acuerdo. Hay mucho vampiro por ahí que no piensa permitir que el mundo sea un lugar mejor donde pasar las vacaciones.


Qué más podemos decir. MJ me ha regalado la Utopía de Tomás Moro. Puestos a elucubrar mundos mejores, es preferible acudir a los clásicos; son más creíbles. Dentro de unos días comenzaré a leérmelo. Por ahora, Semana Santa entrante, y siempre y cuando la suerte me acompañe, yo viajo  en un monstruoso Air Bus a las Islas Canarias acompañado de mi amada hermana, de la verborrea martilleante de su marido y de una cabezona borrasca que echará –una vez más– mis planes por tierra.